Abiertos en canal, de Takuya Yokoyama (Satori) Traducción de Marta E. Gallego | por Juan Jiménez García
Siguiendo la dinámica de la colección de teatro japonés iniciada por Satori, Takuya Yokoyama no solo es dramaturgo, sino también director de escena y director de una compañía de teatro, Iaku. Si en las tres obras publicadas con anterioridad nos encontrábamos con distintas formas de representación ancladas en una cierta modernidad (si se puede seguir encuadrando en la modernidad el teatro del absurdo, por ejemplo), Abiertos en canal sería una obra más ortodoxa, seguramente porque juega con unas cartas más cómodas para el espectador, más reconocibles, si se quiere. Tres personajes, un espacio cerrado, unos conflictos que se van desarrollando ordenada e inevitablemente. Pero en esa aparente ortodoxia, no dejamos de encontrar una acumulación de capas y una ambigüedad más entendible si nos leemos la presentación que Yoichi Uchida realiza de la obra, presentándonos el trasfondo, más que de los personajes, del oficio que realizan.
Y es que la acción discurre en una de las salas de un matadero, en el que Genda y Sawamura se dedican al despiece. Hay que tener en cuenta que comer carne es una costumbre relativamente reciente en la sociedad japonesa (pasada la primera mitad del siglo XIX, periodo Meiji) y que matar animales se consideraba, religiosamente, un acto impuro. Así, los que se dedicaban a ese oficio, los burakunin, eran considerados con una de las capas más bajas de la sociedad. Y eso, pese a que ha pasado su tiempo, no ha cambiado sensiblemente en la mentalidad japonesa. Así, podríamos decir que ellos dos siguen representando uno de los últimos escalones laborales y, por tanto, perder su oficio, un oficio que les deja marcados, una tragedia. Hay un tercer personaje, Imai, invitado misterioso e indeseado, que no logramos saber muy bien qué busca o quiere, más allá de ser un observador, hasta que avanza la obra. Y, a la vez que este personaje se va dibujando, también la acción se va convirtiendo en un relato tenso, siempre al borde de distintos abismos. Todo alrededor de la pérdida de un bulbo raquídeo, necesario para certificar que una vaca no está enferma, y una pistola de sacrificio.
Y es que en Abiertos en canal, los que responden a ese título no son los animales del matadero, sino los tres personajes. A través de concisos diálogos, casi siempre breves, casi siempre cargados de una tensión interna o externa, Takuya Yokoyama va construyendo su obra capa a capa, con tesón, hasta que la situación se va volviendo más y más irrespirable, hasta que esta alcanza su punto de ebullición. Mientras tanto, entre esa sucesión de conflictos, habrán ido desfilando las miserias de estos burakunin, de unas vidas al límite de la nada, a las que la más mínima alteración puede condenar a un último paso que no se pueden permitir, porque tras él, todo se vuelve impreciso, como perdido en la niebla. Y entre el agotamiento de Genda, que se vuelve desafiante, y la necesidad de resistencia, no parece encontrarse un punto en el que sostenerse que vaya más allá de la resignación. La suya como la de las bestias.